miércoles, 29 de septiembre de 2010

Cronica trabajo final de taller literario


EN UN PRINCIPIO
Hace algunos años ya, que la señora Elvira Bornachera vive en el Barrio “La victoria” de ciénaga-Magdalena.
En un principio, su barrio tenía calles sin pavimento y aguas negras por doquier, como no es raro encontrar aún actualmente, y mucho menos lo era en ese momento.
Por mucho tiempo se mantuvo su barrio apacible y resignado, a espera del progreso visto en otros pueblos, que ostentaban mejores condiciones de vida para sus habitantes. El momento del Barrio la victoria y de otros más había llegado con la obra de la carretera Ciénaga-Barranquilla de gran importancia comercial, en las manos del consorcio del mismo nombre Ciénaga-Barranquilla.
Dentro de las vías contempladas se encontraba la calle 19, y su pavimentación  traería como bono el alcantarillado para todos los sectores que la cubrían.
Rápidamente se notó que el remedio había sido peor que la enfermedad. El número de habitantes y por lo tanto la cantidad de aguas de desecho aumentó y de manera inesperada desbordó las capacidades de la tubería. Esta situación no se puede llamar inesperada,  por lo que fuese impensable la explosión demográfica, sino imprevista, porque como lo dice doña Elvira era obvio que la capacidad debía contemplarse para generaciones futuras. No en vano existe la planeación.
Ya acostumbrados a una constante aromatización y la disponibilidad permanente de contemplar el agua de sus desechos en sus calles, llegó una fuentecita que colaboró para la agudización del desbordamiento de esta agua indeseable.
Para fortuna de las pobres personas propietarias de vehículos, los lavaderos de carros, en el sector de “la victoria”,  llegaron. Para desgracia de sus habitantes se agregaron más aguas contaminadas con disposición inadecuada y otros elementos, como aceites,  taponantes de las venas de sangre negra que llaman alcantarillas, que causan derrames, manifestación obvia de la enfermedad de este sector.
Cada invierno se acentúa la cantidad de agua que brota de las alcantarillas,  y ya que este invierno ha sido uno de los más intensos de la historia de ciénaga,  pues está de más concluir por sentido común las consecuencias, pero como dicen por allí en unas muy afamadas fiestas, y para modificarlo un poco “quien lo vive es quien lo sufre”.
Este 22 de septiembre se sufrió un taponamiento que sí afecta a los poderosos. Esperando que se sienta, Elvira Bornachera junto a sus vecinos se mantuvieron en la calle 19 y la carrera 13, con la esperanza, como en un principio, que más que promesas de campaña se encuentre para su situación soluciones de gobierno.
Que la voz del pueblo sea la voz de Dios. Que se levante esa voz para destapar los oídos sordos de nuestros altos dirigentes.
Autor: 
Diana Guillot Cabana
Estudiante de Medicina de la Universidad del magdalena
Santa Marta, Colombia

Cuento trabajo final de taller literario


LA PRINCESA DEL JARDÍN
Lilita mira fijamente por la ventana a su nieta Valeria, bonita, sencilla y a veces demasiado joven. Nació para nada más que ser agradable a los sentidos, para Lilita eso dependía de las intensiones de quien la viera. Hace mucho tiempo la joven había perdido la sonrisa, y en su lugar había una forma casi inexpresiva de sostener su mirada azul al momento de trabajar en sus enredaderas, las únicas plantas del jardín que habían crecido libres y sin pretensión,  las que más quería aunque fuesen una aberración frente a la variedad de flores que le rodeaban.
Ese día muy temprano, Felipe, portavoz de Lilita, llegaba a rendir cuentas de su labor. Viajaba por cada ciudad capital entrevistándose con los hombres  más excelsos y adinerados como eran del gusto de Lilita. Él era el encargado de buscar para esta octogenaria mujer lo más cercano a un merecedor de su tesoro de cabello rojo, el esposo perfecto.
Felipe sabía que había terminado su vaivén, por eso se tomó unos minutos para ver a Valeria. Era una mujercita casi niña que robaba su atención, el objeto de su lírica descripción a los mejores prospectos del mundo. Quien lo hubiese escuchado hablar de ella sabría porque Lilita, con todo el cinismo y la astucia de su edad, le ofreció ese trabajo ya que conocía a la muchacha con detalle,  de tanto admirarla desde la niñez.
 Felipe habló un rato  con Valeria, le entregó como obsequio una bolsa de semillas recogidas en cada lugar visitado y se despidió de ella despacio pero tensamente, bajo la mirada de Lilita, quien fumaba intentando olvidar  la razón por la cual lo único que le había pedido Felipe  era ver a Valeria en el jardín, además de la paga. Lo miraba con crueldad, sabiendo de sus sentimientos confesos y disfrutando de aquel incomodo momento.
Con una voz vieja y ronca de afán Lilita llamó a Felipe, despertandolo de su sueño de jardín para que subiera a darle la noticia esperada. Había encontrado al hombre que buscaba, estaba muy cerca, solo habrían de esperar unos días para conocerle.
Escuchar solo las palabras obviando el tono de rabia y dolor de Felipe era un placer para Lilita, enterándose de las tantas virtudes que poseía aquel que estaba  acercándose. Agradeciéndole sin intención, pagó sus últimos honorarios, lo suficiente  para que marchara sin opción de regreso, y así lo hizo.
Los días pasaron, y llegó como se le había prometido un hombre de deslumbrante familia, historia y  físico, mayor deleite para Lilita que para su nieta indiferente. De inmediato él intentó halagarla y  ganarla. Por su parte ella, intentaba conocerle con la paciencia que ya no tenía y el amor que no esperaba tener.
Nadie supo jamás las razones y es posible que ni se imaginaran por que Valeria la mañana de su boda huyó de esa vida tan afortunada.
-¡Lo mató, lo mató por miedo!-  dijeron-¡e igual a su abuela! Debajo de la ventana de Lilita ese día colgaba su cuerpo frio al lado del casi desconocido y maravilloso hombre, colgados los dos de una enredadera con flores en los bolsillos. Arreglados de manera que pareciese una escena de matrimonio frente al altar que se preparó para la ceremonia de la hermosa Valeria.
Tiempo después, se regó la fama de que en Ciudad Capital existía en medio del bullicio, una prostituta colmada de enredaderas en su largo cabello rojo; también con una larga cola de clientes en la esquina del parque central, a esta mujer se le podía ver reír como loca de los hombres que le preguntan por su tarifa. Quienes la conocen saben que ofrece su cuerpo por nada y nunca ha parecido necesitar nada más que revisar las manos y los bolsillos de quien se posa a su lado, en busca de un regalo, más que de una recompensa.
autor:
Diana Guillot Cabana
Estudiante de medicina de la Universidad del magdalena
Santa Marta,Colombia